martes, 15 de noviembre de 2016

cipsela


Que existe ese cuarto, existe.
Que en el cuarto hay muchas puertas, las hay.
Que entre las puertas se cuela la luz, se cuela.

Y que la luz no viene de afuera ni de adentro,
que la luz es espejo de las puertas,
y el reflejo no se acuerda de sitios ni de espacios
de afueras ni de adentros.

Que la luz no se gasta ni se rompe,
y uno mismo es la puerta que se abre,
que al abrir se te inyectan luces de olores, texturas tras sabores, pinturas de todos los sonidos que rebalsan de colores y calores.

Y que parece que hay colores para ver con otros ojos:
ojos de nariz, ojos en la oreja,
ojos en las manos y entre los pelos,
ojos bajo los pies, sobre la tierra,
entre las uñas y la mugre,
un montón de ojos en la lengua y ojitos en los dientes que tienen manos chusmeando sabores, besos, ruidos.

¿dónde termina un sentido y empieza el otro? 


¿donde termina un sentido, 
empieza el otro? 
¿cual de todos? 
¿cuántos hay?


Si hay espacios donde hasta el agua y el aceite se mezclan
si hay momentos en que el silencio se cose al olor de un jazmín;
otros en que el mismo olor viene pegado a un recuerdo;
y a veces un sabor agrio nos trae melodías dulces;
o si existen a destiempo tactos con sabor irrepetible;
si existe todo eso,
¿no puedo yo fundirme en los recovecos del cuarto, con sus luces y sombras?
¿qué pasa si mezclo sabor a canela con fa sostenido?
¿qué pasa si al latido del corazón le pongo olor a caramelo?

¿no se siente rico condimentar los sentidos para colmarnos?
(¿y los sinsentidos, no se condimentan jugando?)

Me parece un lógico sinsentido que lo inalcanzable muchas veces es lo que esta al alcance de la mano.
Mientras los que repiten dicen que hay cosas que están "entre las narices"
¿qué pasa si me fijo qué tengo hoy entre las narices?

Crearme ángulos para ver y mezclarme con la puerta, con la luz, con el cuarto y con la sombra. Crearme cuerpos sin borde y recovecos para dejar de ser ese yo que ya conozco y pasar a ser otra cosa,

un panadero
o un soplo    
de diente de león      

que escucha al aire

se abre al aire    
se vuelve viento      

y empuja al panadero

que ya es "otro"   

y mueve la semilla 

para otro lado    

para otro cuerpo.      

viernes, 7 de octubre de 2016

el ángel

"Blake escribió con mucha amargura:
"Siempre he advertido que los Ángeles tienen la vanidad de hablar de sí mismos como de los únicos sabios. Hacen esto con una confiada insolencia que brota del razonamiento sistemático."

El razonamiento sistemático es algo de lo que tal vez no podamos prescindir ni como especie ni como individuos. Pero tampoco podemos prescindir, si hemos de permanecer sanos, de la percepción directa, cuanto menos sistemática mejor, de los mundos interior y exterior en los que hemos nacido. Esta realidad es un infinito que está más allá de toda comprensión y, sin embargo, puede ser percibida directamente, y desde cierto punto de vista, de modo total. Es una trascendencia que pertenece a un orden distinto del humano y que, sin embargo, puede estar presente en nosotros como una inmanencia sentida, como una participación experimentada. Saber es darse cuenta, siempre, de la realidad total en su diferenciación inmanente; darse cuenta de ello y, aun así, permanecer en condiciones de sobrevivir como animal, de pensar y sentir como ser humano, de recurrir cuando convenga al razonamiento sistemático. Nuestra finalidad es descubrir que siempre hemos estado donde deberíamos estar.

Por desdicha, nos hacemos muy difícil esta tarea. Pero, entretanto, hay gracias gratuitas en la forma de realizaciones parciales y fugaces. Bajo un sistema de educación más realista y menos exclusivamente verbal que el nuestro, todo Ángel —en el sentido que Blake da a la palabra— tendría autorizaciónp5ara un banquete sabático, sería inducido y hasta, en caso necesario, obligado a hacer de cuando en cuando, por medio de alguna Puerta Química en el Muro, un viaje al mundo de la experiencia trascendental. Si esto le aterrara, sería una desdicha, sin duda, pero probablemente saludable. Si le procurara una iluminación breve, pero sin tiempo, tanto mejor. En cualquiera de los casos, el Ángel perdería algo de la confiada insolencia que brota del razonamiento sistemático y de la conciencia de haber leído todos los libros."

martes, 4 de octubre de 2016

Acordar desacordar. Existir en abandono constante.

El otro, lo otro... vamos hablando, discípulos del chisme, dopados por el vicio de encuadrar a lo otro, lo que está fuera nuestro, lo que nos ataca todo el tiempo. Encadenando flores nos creemos la ilusión de este cuerpo.
Tantos locos robando vida al tiempo y dormimos alimentando una supuesta cordura ¿dónde tenés puestas las esposas vos? ¿me ayudas a ver las mías?

El otro es siempre caos; lo ajeno que perturba.
El otro, lo otro: un trastorno que contrae los pulmones y revuelve nuestro ritmo.
El otro, moviendonos como si no fuera tan "otro".
¿Te fijaste cuantos sujetos viven adentro de un otro?
Y con cada uno de esos sujetos, ¿cuantos nosotros interactúan? ¿te animas a contarlos? ¿te animas?


Tantos yoes charlando con tantos ellos; tantas voces ¿para llegar a dónde?. Ni a mi, ni al otro: un mareo que apenas divierte. Un laberinto de palabrerío inquieto y zigzagueante que convocamos para esquivarnos. Tan aburrido como superfluo: olorcito banal de charlas sin sabor ni condimento, charlas que se quemaron y son polvo negro, charlas que ya se extinguieron apenas mezclé los primeros ingredientes. Lo que necesito -pienso, mientras sigo la charla- es alimento real. Y sigo buscando...


El otro es el remolino, lo enredado que de una forma u otra ya tenemos adentro... minutos, horas y vidas peleando con el caos, desatando con una mano los nudos que atamos con la otra. Mirando el canal de lo inesperado llevamos un control sin pilas en la mano.
¿Quién dijo que somos humanos realmente? ¿Cómo aseguramos que ya llegamos a serlo? No nos veo más que como absurdos animales egocéntricos creyendo que libertar es controlar, con un hilo de baba cayendo en exposición de nuestra naturaleza dormida. Llevamos adentro la memoria de los protozoos, los minerales, los vegetales, todo en nuestro gen y esa voz lo usa para convencernos de ser más, mientras somos el eslabón que viaja en pedazos de metal y se enoja porque hay muchos en la calle, porque "no se puede viajar así" y porque estamos haciendo pelota el planeta. ¿Quién fue el que se animó a decir que somos humanos? ¿Quién se anima a decir que somos? ¿yo soy? ¿vos sos? ¿te animás a ser? ¿me animo?

¿Cuántas veces por día realmente soy y elijo ser?

Pero no, claro... como si fuera poco malgastamos la palabra para contarle a los otros que no sabés cuántos nuditos desaté hoy, qué cansado que estoy, cuántos autos había en la calle y qué caro que está el queso.
Y no, los otros no saben. Los otros tienen sus propios nudos, pib@. Cuando termines de contar los tuyos te cuenta los suyos, y así se entretienen hasta la próxima. Y esos nuditos entretienen, pero no son más que supositorios, cosificaciones de lo humano, resumenes de los nudos profundos.
No se trata de nada de eso; desatar los nudos, sacarse las esposas, romper todos nuestros nervios para reponerlos a cada instante es algo de uno, con uno y para uno. Tanta narrativa bajo control empobrece el alma y esa loca de la casa vive escribiendo novelas de puro nudo y sin final. Nudo tras nudo tras nudo, auto tras auto tras auto, insulto tras insulto... humanos. Redimidos humanos que dejamos ahí esperando y nunca crecieron.
Redención frente al caos es deshumanización.
Nuestro niño espera para jugar de nuevo en el parque de los astros, hogar del caos.

Ajustar el caos, humanizarse, no tiene nada que ver con cordura o control... tiene que ver con ángulos de visión. Abrirse a la vastedad, a lo panorámico, para que la magia de ser no se estanque en nuestras palabritas hormigas, en nuestros problemitas vagos de temporal, de día nublado, de bondi lleno.
Ir mas allá de lo que conocemos como magia es siempre ir hacia ella. Nunca se llega (lamento informarlo. No hay a dónde llegar, sino hacia dónde ir y las ganas de ir).
En el caos hay fertilidad, en la crisis oportunidad y en los ojos se despliega el caudal que desata todo con su catarata de presente.
En lo otro puede haber flexibilidad, pero no porque el otro se flexibilice o porque lo induzcamos a tal cosa. La magia está en nuestras manos, en nuestros ojos, en los nudos mismos que escondemos.
El verdadero mago está siempre abandonándose, reviviéndose.
¿Te animas? ¿o preferís quejarte?
¿Te animas a destruirte?


Todos los conformistas sufren de cordura y sensatez.


Chico: No trates de doblar la cuchara. Eso es imposible. En su lugar sólo trate de darse cuenta de la verdad.
Neo: ¿Qué verdad?
Chico: Que no hay cuchara.
Neo: ¿No hay cuchara?
Chico: Entonces verá que no es la cuchara que se dobla, sino usted mismo.


miércoles, 28 de septiembre de 2016

azul







"...sabe que no se puede ver ningún sentido en nada de lo sucedido hasta ahora. Por una vez, no se siente desalentado por ello. De hecho, cuando sondea más profunda­mente dentro de sí, se da cuenta de que en conjunto se siente bastante fortalecido. Descubre que hay algo agradable en estar a oscuras, algo emocionante en no saber lo que va a suceder. Te mantiene alerta, piensa, y no hay nada de malo en eso, ¿ver­dad? Con los ojos bien abiertos y en puntillas, absorbiéndolo todo, listo para cualquier cosa."







Paul Auster

viernes, 16 de septiembre de 2016

Ahora es siempre

No se tiró del tobogán.
No se animó, no besó.
Apenas se movió, no bailó.
No le gritó que se quedara.
No abrazó a papá.
A mamá le corrió la cara.
No perdonó.
Amó. No se la jugó.
No le dijo que el quería. Mucho menos que la quería.
Nunca contó qué era lo que quería.
Nunca se habló a sí mismo.
No dijo que si, tampoco dijo que no.
Cuando lloró, no supo que hacer.
Nunca tembló.

Su suelo ya tenía la huella de sus pies. Nunca la cambió ni intentó correrse de ahí. Su huella era su certeza y no viajó...
Se quedó en casa y cuando el cigarrillo le quemó los dedos una idea lo cabeceó de lleno, y una vibración distinta lo recorrió y lo levantó en explosión. Como el vapor levanta la tapa de la olla, así: sin control.
Nunca había caminado tan firme. Abrió la puerta y corrió. Nunca había llovido tan fuerte. Nunca había corrido tan rápido. Nunca había salido sin abrigo un día como ese.
Abajo de los paraguas los juicios se escurrįan por las miradas. Nunca se había dado cuenta que estaban. Sonrió. Nunca había sonreído bajo el agua. Nunca había sonreído mientras los juicios lo miraban. Nunca habia tenido tan poco frío en plena lluvia de invierno. Nunca saboreó así la lluvia que ahora se sentía salada.
La casa estaba a varias cuadras, cuadras que nunca había recorrido tan rápido. Estaba todo igual y tan distinto: estaba el timbre, la ansiedad, el primer temblor, la voz como campana de toda belleza, y estaba también asomado el pelo, la frente, los ojos, los ojos (nunca se habia hipnotizado así), los ojos cambiando de forma por los dientes que se asomaban, dientes que cambiaban y agrandaban toda su hermosura. Nunca pensó que podía ser más linda.

Nunca había sentido eso. Nunca. Nunca vio realmente esos ojos.

Y sintió de todo, sintió como nunca hasta que pensó.

Pensó, en cuestión de segundos pensó qué gran paradoja que nos cueste tanto ir adonde sabemos que nos vamos a encontrar. Qué especie rara de gravedad forzada esta levedad de existir.

Nunca dejó a una idea descansar tan rápido.

Nunca había soltado una idea porque sí. Nunca había devuelto una idea en un sobre que llevaba escrito 'gracias'.

El beso te lo podrás imaginar.

La magia del beso es imaginar.

Nunca llovieron tan fuerte sus ojos.












[fecha original: 06.09.2016]

jueves, 1 de septiembre de 2016

Adhesiones de lo inconcreto (relato vertiginoso)

Hilos que conectan con nudos minuciosos. Cuerpos comunicados a partir de hilos, interactuando a través de ellos.

Lo tangible y lo intangible de nuestros cuerpos en vínculo mediante interacciones arbitrarias que cobran sentido a través de los hilos mismos, entre otros hilos contrapuestos con la otredad de los hilos de allá —esos que a veces vemos sin comprender—.Hilos tensos, hilos leves, hilos molestos, otros inconclusos, dinámicos, indecisos, vibrantes, luminosos, enredados, con nudos, enredados entre otros hilos... Hilos que empiezan siendo el misterio detrás de escena y terminan siendo la medida de lo cotidiano.



¿Cómo dejar de entretejerlos y anudarlos? En mí veo germinar esa costumbre como un reflejo casi autómata, un escalofrío constante de alguna materia que no veo pero está, siempre está. El tejido responde a un movimiento de agujas gigantes que veo desde abajo cuando logro verlas, como pasa en esos momentos plagados de sonidos intermitentes que se sincronizan de golpe. O será que el que se sincroniza es uno con ellos, andá a saber.
En particular, diría que veo algo así como manos que hacen crochet con hilos infinitos, o eso creen ver mis ojos. Veo también mis hilitos ínfimos, que en realidad no son míos y tantas veces creí gigantes sólo comparándolos con otros. Siempre que los miro revive en mí esa dinámica conocida de querer "ser grande" cuando "sos chico" y viceversa, ese capricho que termina sólo cuando cierra el telón. Y decir que termina es un eufemismo, porque termina como lo hace la lluvia, que vive y crece detrás de escena. Qué subjetivo esto, hablar de lo grande y lo chico. Y qué grandes compañeras son las comillas... tan pequeñas.

En fin, así los ojos se me bizcan, veo borroso y desnudo nuevos hilos que apuntan a cualquier lado, hilos mal ubicados, mal dimensionados. Grandes hilos de metal entre la cabeza y el corazón, hilos repetitivos ahogando mi Animus, hilos rígidos por tanta helada, hilos con nudos tras nudos tras nudos entre varios hilos irreconocibles. Hilos que ya no se sabe de dónde salieron, que tal vez se hagan círculos sin saber.
Hilos especiales, con otra textura, que me arriesgo a nombrar como temporales y atemporales. Son los mismos y apuntan a nuestra raíz del tiempo, lo Creativo, aferrados con fuerza a nuestros niños: hilos que cada tanto hacemos riendas y nos reímos con un hacer que nace del ser (risas que también vienen entretejidas. Espasmos estornudos del inconsciente).

Veo, desetiqueto en círculos, y observo el desorden.
Me aburro; tiro de un hilo y veo lo que pasa. Tiro de otro hilo, veo lo que pasa. Así.
Veo por otra parte, con la mirada todavía borrosa, caños, cables y vigas que atraviesan a toda la casa y veo, por supuesto, las paredes que la contienen. Hay un altillo que siempre está y siempre olvido. Subo. Arriba un nene duerme, el sol pega siempre, las nubes nunca llegan y se siente nuevo estar, como rozando el pasto con los pies. Nuevo, como un encuentro-despedida en bucle. Siempre nuevo.
Y veo la casa que en el entretanto parece más conventillo que hogar. Imaginate: un comedor atravesado con hilos, tantos como para atar mil elefantes ¿cómo se vive así?. Pero así vivimos robotizados si no vemos una matriz aunque sea imaginara y mientras veo el supuesto desorden ya no veo la estructura física que cada tanto me marea (ahora que lo escribo veo tan claro que me da más vértigo el limite que el enjambre de nudos. Así vivo).

Alguno pensará que en vez de conventillo eso es un manicomio. 
Quien pueda que haga la distinción concreta, porque a mí, por lo pronto, no me sale hablar de la locura como los que reman entre habladurías del día a día. Lo que deduzco irracionalmente es que: 
los hilos están siempre, 
la estructura puede faltar
o mutar
o ser un río
un río de tela
un telar de agua.
Los hilos están
el sol también.


Algún día de esos que naufrago me doy cuenta que desde el parque, afuera y lejos, se entiende mejor el telar, sobre todo cuando me subo al roble florecido. Entender es una palabra gigante pienso, y después me pasa algo fuera de mi común: me aburro de pensar estando ahí afuera y arriba.

Afuera y arriba: cómoda combinación de términos y ubicaciones desde donde administro sin lógica los hilos (lugar que aparte de cómodo es seguro porque no tengo que hacerle frente al león que da vueltas alrededor de la jaula abierta. No es que le tenga miedo, lo que pasa es que todavía no puedo mirarlo fijo aunque me enamore —¿aunque o porque?—. Lo mismo me pasa con el sol. Me pasa con eso-que-se-siente-de-golpe. Mejor ni hablemos de eso, me confundo)

Y también me doy cuenta sólo ahí, lejos del enredo, que puedo elegir de qué hilo tirar. Me veo siendo y escribiendo todo esto porque en realidad ahí lejos estoy en un sueño con ojos bizcos abiertos, y sueño: no siento mis manos ni la fuerza de mis brazos, pero algo esta en tensión; no siento mis piernas contra el árbol mientras sé que hay un roble y sé que estoy arriba —¿sé o intuyo?—; siento poder, pero no es la sensación de manejar un tanque, ni siquiera es una sensación que me atraviesa, sino algo como el poder de alternar mis movimientos en cada aspecto, en cada cuerpo, como si mantuviera bajo el agua un globo que puja por salir durante el día; siento que hay algo que me pasa pero no soy yo el que pasa cuando me pasa eso.

Tal vez decir "en realidad" y "sueño" en la misma frase pueda falsear sentidos concretos aparentes, pero lo que pasa es que el mundo que describo es un mundo de metáforas, un mundo de sugestiones.. Me abro a ver que todo eso también es el mundo desde el que escribo 
de alguna forma ahí o allá es más fuerte, más concreto 
pero es el mismo mundo que hago fetas para explicarlo
(justamente ahí o allá la metáfora puede ser concreta, 
eso es lo que pasa ahí pero acá no, ¿me explico?).

Freno, no quiero enredarme más, así que jugando tiro del único hilo celeste: con el impacto el nene se ríe y me contagia, el león brilla más fuerte y ruge, las puertas ya no están, el altillo se hace vitrina y el árbol agua. Un único hilo celeste anudado en trenza de mujer. Un único hilo trenzado, mi mano que no es mía y no se si estoy dormido o despierto... Y eso pasa ahí, pasa que no sé, pasa que todo esto es un cuentito corto de lo que siento después del vértigo.
Asumo la caída y soy paracaídas sin hilos.
Soy la campana inflada con fuerza.
Soy solo ese momento ahora que escribo sobre éste acá.



Y eso que estaba pasando ya pasó.
Ahí o allá sigue estando en el mismo lugar, ahí o allá, pero el que se mueve soy yo.
Y el movimiento es inevitable.
La oscilación es cadencia y armonía.
Respiración inconclusa de los hilos sobre el Todo.

viernes, 19 de agosto de 2016

Un reloj sin segundero

¿Quién sos? Pestañeo y te reconozco ahí donde mi carne sabe que vas a estar, ahí donde ya transpiré, morí y renací infinitas veces. Guiño un ojo y entiendo tu guiño, pero ya no es el mismo que veo. Te moves, nos movemos, pero nunca completamente juntos... siempre nos quedan incompletas las distancias.
Si estiro un brazo hacia vos los patovas de la materia me reprimen; y te extraño mientras me sacan a patadas, porque vos ya fuiste mientras yo estoy siendo. 
Te extraño y es extraño sentirlo. Sos extraño: no te recuerdo pero estás en mi memoria.
Me sorprendés con cada gesto mientras una parte de mi ya te conoce hasta el bostezo. ¿Qué memoria te habla ahora?
Y te extraño. Te extraño porque no sos mío y te siento el pulso. Porque estas adentro pero del otro lado, ahí donde un plasma desequilibrado nos repele. Porque nunca vamos a caminar esas calles con los mismos pies ni acariciar con las mismas manos. Incluso en la tumba vamos a estar tan, pero tan lejos... Te extraño, pero sé que hay otras calles, otros tiempos, otros pies, otros cuerpos. Creo que te crucé alguna vez por allá, ibas distraído mirando al tiempo, sin zapatos, y tu sonrisa parecía un peinado nuevo. Cruzamos miradas y pude ver a través de tu cráneo. No pensaba en nada

Después me desperté y estaba desnudo. 

Ahora que lo pienso no se si eras vos el que vi.



En efecto te pienso distinto, y eso pasa cada vez que el sol no pega mucho ni poco, cada instante en que el viento frena acompañando cada movimiento y el reflejo muestra más que un símil de segunda mano. Entre toda esa perfección, mi homo sapiens se razona y en sus gestos se nota el temblor como resistencia a perder su credo; el miedo a los patovas que dañan lo único que le pertenece... 

Pero ahora mi sapiens brilla arte con el alma, y se pregunta ¿a cual de esos cuerpos le pertenece el brillo? Eso que se mueve no es de nadie más que de la libertad, y se da cuenta cuando habla de ella, la eterna bailarina, solo así se da cuenta que pertenece a algo más grande que espera siempre acostado y cuasi poseído a que vuelva a su primer cuerpo.
Sin más, me hago un buche con el cuentagotas del tiempo y descubro la impertenencia: sumando lo que fui, lo que soy y ese otro flechazo al futuro, el bigbang se hace tierra fértil. Y renazco.

viernes, 5 de agosto de 2016

Mostrame los relojes que defienden tus fantasmas


¿Cómo? 
Nuestros cómos son como nosotros.
Somos nuestros cómos.

Contame de vos: hablame de mi.

Contame tus cómos, esos papelitos dorados que recubren a tus qué. Si querés contame tus qué, tenemos tiempo sabés... pero para serte sincero, son lo que menos me importa de vos. El agua está caliente y hay miel, así que contame un poco más. Tranquilx, el tiempo no existe.
Contame los cuandos que fueron tiñendo tus cómos de hoy, o los de ayer también, contamelos todos y ni dormido voy a querer dejar de escuchar. Capaz no los entiendo, tampoco importa mucho entenderlos, contamelos todos que me encanta escucharnos.

Contame cuantos cuandos se repitieron entre tus pies que se pisan a sí mismos y cuantos de esos traspiés se repiten todavía: contame tus eternos retornos que son los míos también (contemos lo que no es mío ni tuyo, lo que es nuestro y es de todos).
Contémonos todo lo poco que sabemos de nosotros mismos. Contemos para poder contarnos más, para ver los olores, para escuchar colores nuevos. Contemos sin números todos los detalles, para encontrar ese punto que se une con la línea o quedarnos ciegos.






Contemos para un día dejar de contar.

Para que un día podamos sentarnos en el balcón a mirar pasar el sol, las señoras con los carritos del chino y los camiones de enfrente que pasan quietos. Que miremos a un punto fijo y no veamos solamente el qué fijo del punto, sino también sus cómos incendiados de sol, sus cuandos cambiantes del agua en sangre y sus cuantos hechos de interminables pedazos de nada que nos inyectamos despacito.
Que veamos juntos con cuatro ojos que son dos que son el mismo en el punto móvil del cómo que se posa en el cosmos para ver nuestras pupilas.

Sentémonos en el balcón a mirar lo que nos va, lo que nos viene. Sólo a mirar para aprender a mirarnos entre las cartas eternas que nunca llegan.
Y cuando te aburras, pasame el mate y andá a mirar por otro lado. Está todo bien, andá tranquilx que yo voy a cambiar la yerba que ya se lavó.

Siempre está todo bien, sabés... Las respuestas sobran cuando las preguntas no existen.

Descubrite, que descubiertos podemos estar mejor que bien, si es que existe eso.

Descubriéndonos para contarnos, y también al revés, así el semicírculo se completa en su mismo semicuerpo que puede ser el nuestro (o el cuerpo del encuentro de las miradas, quién sabe).
Hoy sobra la miel, quedémonos acá que el otoño nos presta un ratito más de calor. 

Y tomá, que me cansé de cebar.
(nos)


domingo, 24 de julio de 2016

Humanizarse en lo bestial

Animalidad 
como reverberancia 
de lo íntimo.

Un animal no libertino, un nuevo animal nacido de su raíz y su pulso natural, con la fuerza del paradigma que nos rodea y sus prototipos y arquetipos y rellenos. Bestia nacida de lo no humano y a partir de lo humano.
Y esa idea... esa ilógica idea de ir; de buscarla; de morderse los dientes; de hacer grises con lo cromático... Lo activo en lo pasivo y viceversa. ¿Cómo hacer inacción? (¿"Cómo"?)

¿Como no morder empachado la insaciable lengua moral? 
No me mires así, fiera domesticada...

Animalidad. Animalismo.
Lejos de significados, el animal se crea a sí mismo sobre cualquier pasto improvisando su solo en la dinámica universal. Vive para darle valor a sus ideas. Existe para inflar de peso su caminar. Una aparente falta de significantes repleta de significado.
Pero nosotros, perdidos entre el pavimento con la palabra siempre ahí, cerquita; llevando de la mano ese quiste de lo no animal. Dependiente de atención, haciendo ruido, la caprichosa palabra eventualmente se agota y abre un nuevo espacio, le hace lugar a un terreno sin techo para dejar de preguntarnos "¿cómo?" y ser (¿"ser"? Suceder consciente. Res non verba, digamos):

Ser saliva; agua mamífera; bestialidad que nos da sucesividad; improvisación sobre armonías naturales que transportamos en las fibras más sensibles. Lo natural que en primera instancia creamos en nosotros y en última instancia nos crea (¿cómo hablar de lo primero y lo último en espacios atemporales? ¿cómo dejar de intentar hablar sobre ésto abarcándolo por arriba, por abajo, por su centro o su periferia?)

Y hablar de ésto siendo bestial. Hablar de ésto: la vía para dejar de hablar de ésto y en el camino de vuelta hablar de eso. Eso, la saliva, todo eso. Eso que puede dar repulsión: lo que inevitablemente compartimos. Desandar el camino, retroceder y volver a empezar, no importa con qué palabras lo digamos: toda devolución de lo caminado le queda corta a ese 'cómo' que afina mejor con la falta de peso en las ideas, con la idea de realzarse a un punto más alto y previo al nacimiento de cualquier camino; previo incluso a la existencia del rótulo "camino".


Estás siendo ese 'cómo' ahora.
Mostrás la quintaesencia del ser ahora.
Y ahora.

Y ahora.

Con todos esos retazos de comienzos, con todos los sucedáneos de sentido que acumulamos y con el sentido más íntimo que nos eriza la piel, crear una bestia pretérita y evolucionada cuyo opuesto no sea el humano, sino algo más que humano y más que bestia (¿"algo más"? ¿o más profundo? ¿más elevado? ¿importa el adjetivo cuando se siente?).

Parado en la pieza del rompecabezas 
que es paisaje final 
-y es más que una sola pieza-, 
el desorden triunfaba.

Dejó de preguntar 
para mover 
la respuesta 
en el cuerpo. 
Mover la respuesta.
Moverse.

Mover.

Ahora.


martes, 28 de junio de 2016

Pensar es moverse (y/o crearse) [catarata de ideas]

¿Cuántos pensamientos de distancia hay entre nosotros?

Si pensamos en lo mismo, ¿cuenta como encuentro?

Los pensamientos son desplazamientos; son otros pares de brazos que también abrazan. Extensiones proyectadas que crean enlaces en un vaivén constante, momento a momento, en lapsos así: más chiquitos que un segundo.
Moverse es desplazar el cuerpo material, pensar es desplazar el cuerpo inmaterial. Entre ambos cuerpos, descansa un paréntesis eterno, una distancia que no dista por no poder ser medida... una especie de espacio sin materia.
Si elijo un pensamiento, elijo un universo posible entre agujeros negros.
Elegir implica siempre no elegir; acción y reflejo nunca se separan. Hacer algo implica no hacer otras cosas. Pensar algo implica no pensar otras cosas... Y si mirás bien, hay más "no" que "si": si elijo uno, no elijo infinito-menos-uno.

¿Que pasará con la elección que hace de agua entre ambos cuerpos-continentes? ¿Qué tan profunda es?


Si me muevo entre infinitos espacios, ¿Dónde caberá la ansiedad? ¿Existiría tal palabra?

Un cuerpo que sólo danza sin buscar evitar la caída recorre el camino paralelo a la mente que sólo se desplaza expansivamente sin buscar evitar el error.
En el medio de la caída esta la danza.
 En el medio del error esta la expansión.


Así como se elonga el cuerpo y todas sus atomizaciones, encajes y músculos, ¿se podrán elongar los pensamientos con toda su complejidad e infinita latitud?

Conciencia del cuerpo para aprender a escoger cómo materializamos y en qué fluctuación desaparecer. Conciencia de "lo inmaterial" para comprender que también podemos ser infinitos y atemporales.
Aprender en cada disparo a hacernos infinito, para ser finitos e infinitos a la vez: Finitos por definición, infinitos por decisión. Empoderarnos de la energía que mueve nuestro cielo interno.
Tomar todos los caminos mientras "no tomamos" ninguno. Anonimarse. Animarse a ser anónimo.
Ser anónimo es elegir todo mientras se elije nada; una aparente contradicción que escapa al sentido... Metáfora que se desdobla en forma de ocho acostado. Metáfora que somos cuando hablamos sin palabras.
Cuando hablamos, ¿le decimos a lo coetáneo de qué se trata su existencia o dejamos que él nos cuente un poco de sí mismo?

Intento constante y voluntario en el que uno no le dice al momento lo que es sin antes escuchar qué es lo que el momento habla (mientras aparenta esconderse tras imágenes y luces parpadeantes).
Y si el momento nos dice que es ilimitado, ¿tendremos miedo? Tendremos miedo: cualquier pájaro tiene miedo de aprender a volar.


Si no se cómo hacer algo, ¿qué hago? Lo hago.

No salvarse en lo salvaje del propio precipicio.
Ser anfibios en multiversos que se enredan frente a nosotros, tejiendo y destejiendo perfección.
No asomarse a pagar en vigilia lo que en sueños uno se niega.
Descolonizar todos nuestros "propios" cuerpos: la libertad no es un río, es el agua y su caudal. (¿a quién le pertenece el agua? Pensalo...)
Higienizar la mirada y dejar de saber para poder ver; para moverse.


Ir sin cuerpo y sin palabras a enraizarse en cada átomo.


Fundar un suelo ahí, donde podés moverte. Fundarte tu país por partes hasta que toda la extensión sea tu propio suelo, tu propio sueño.


domingo, 19 de junio de 2016

¿Quién te va a sanar a vos, viejo, quién te va a hacer temblar?
Cambiame esa cara, che, que yo veo esos ojos distintos cuando abrazás, cuando respirás en serio y cuando nos cuidás. Será que me acostumbré a elegirte así, simple y desconocido para vos mismo, para ese yo que habita en los retornos... andá a saber, andá a querer explicarte.

Mezcla aleatoria de sentido común, herencias, valores, Biblias y polvo de estrellas. Infusión inerte e incorpórea de materialismo y profundidad oceánica. Tan viajero y observador como estático tras el escritorio, mate en mano. Tan amigo, tan hermano; tan reflejo que da bronca; tan ganas de abrazarte y cagarte a cosquillas; tan absurdo contador de migajas; tan grano de arena y playa en simultáneo. ¿Quién te va a sanar a vos?
Porque hasta ese Dios necesita confesarse cada tanto, y la lluvia que la empapen en la parada del bondi; hasta el perro necesita que lo rasquen y rascarse la espalda con el pasto... hasta el pasto necesita que lo pisen y los pies necesitan ser pisados.

¿Quién te sana entonces, o quién te abriga? Acá estamos todos, siete maestros aprendices, que no somos por vos sino con vos y en ese "con-vos" es que crecemos, hasta estando lejos... ahí estamos, al lado de tu centro verde, escuchando tus milagros de libro diario como esos clientes que vienen a escuchar de todo menos números y que aparte del balance, balancean por adentro. Te cubrimos, pero cubrir no es sanar, viste. Cubrir es la aspirina; sanar es decodificar. Cubrir es explicar; sanar es sentir. Cubrir es cuidar, abrazar puede ser soltar y sentir, sanar.

Que un padre no viene solamente a cuidar, ni un chamán viene solamente a sanar. Que en el espejo está la verdad, que el Universo es irracional y que por vos dejo de ponerle miel al mate, mirá lo que te digo, papá.

Feliz día.

domingo, 5 de junio de 2016

Afirmabandonar

El clima vertiginoso lo hacía remover por dentro y por fuera una polvareda de sospecha, algo que le desacomodaba todos los espejos que llevaba adentro. Un ruido de mudanza se llevaba también el sueño en su flete y el silencio inevitable de ruidos constantes lo cargaba de los pelos a estar también en otros lugares en simultáneo.
Afuera no llovía más y era tan temprano que hasta el viento se escondía bajo la frazada: todo quieto, todo inmóvil, todo con cuidado y delicado, menos él. Los ojos de las paredes lo miraban, la pava respiraba al unísono con el, cada movimiento era en realidad del colchón que estaba inquieto. Ventrílocuo colchón titiritero...

Cuando dí vuelta los ojos del no-sueño a la conciencia extraña que me confiaba y tiraba fuerte por los brazos, me di cuenta que él era yo y yo también él. Sudando frío tomé las riendas del momento, mis propios brazos frenaron los caballos, ellos desnudos: sin cincha, cabezada ni riendas (de alguna forma mis brazos sí eran de caballería, como ahora también mi cuerpo podía ser un arma).
Pero mi mente, la más incoherente del cuarto, ¿sobre qué cohesión anidaría?

Recordaba aquel juego de palabras... "no soy yo, es un yo"... "no sos vos, es un yo".
¿Quién era yo en ese instante? ¿Tenía sentido preguntarlo? Al fin y al cabo, todo eso era yo, hasta -y sobre todo- lo que penetraba a mi cuerpo por fuera. Esas piernas de mujer asomándose por el borde de la cama eran yo, y esa cama ajena a mí, también lo era. La lluvia, sin duda la lluvia y la falta de lluvia también era yo (había aprendido ese mismo día que "lluvia" es el estado más eso que pasa, es adentro y afuera peleándose por entrar en cada gota).
Tiempo de roble, tiempo rígido... ramificado en segundos y sus momentos de hojas siempre blandas, livianas, que la falta de viento removía por ahí sin preguntar. El tiempo permitía que fuera yo; sin tiempo no había concepción de ningún yo. Tiempo de roble:, lento tiempo tapón. Tiempo témpano: frío tiempo fugaz. Tiempo solar; tiempo lunar; tiempo terrenal inócuo. "El tiempo es cuántico" repetís, sabiendo que es así, entendiendo, repitiendo siempre lo que te cuentan las letras desentendidas.

Y se me infló el pecho, ahí mismo pegué el primer soplo de ego que me salvó de un naufragio que a posteriori será inevitable. Se infla, lo infla, lo inflo, me inflo... tantas personas para un solo cuerpo, ¿cómo abastecerse?
Inflado como un globo se ocupa tanto tiempo, tanto espacio. "Se ocupa" pensé. ¿Se ocupa a sí mismo? ¿Existiría un desocuparse?
Pariendo libros nos fuimos inflando entre nosotros antes de dormir, inflándonos del nosotros mismos que habitaba en el otro y los otros que escribían a nuestros congénitos. Esos hijos adoptivos fulminaban la memoria íntima mientras inflaban, ya sin aire... ésto último no quiere decir que sea condición necesaria.
¿Habrá equilibrio en el anonimato? ¿Será éste último el traductor del sinsentido? ¿Será cuestión de desinflarse un poco para recuperar el equilibrio?

¿Tendrá equilibrio un globo que flota pasivo? De tanto inflarse a veces explota.
¿Se podrá llamar simetría la caída de una hoja? Yo opino que perfección es un buen adjetivo.



El término inflar y lo que implica, consiste en sí mismo en un decisivo acto de expulsar el aire, junto a la ligereza de retomar el mismo aire externo. Una importancia personal con conciencia de la propia insuficiencia. Una aparente recontradicción que no es más que la dinámica universal. Darse cuenta que creamos, mientras asumimos nuestro carácter de átomos en el movimiento universal. Ser anónimos es una posibilidad. Desinflarse no es desaparecer ni dejar de ser (ni dejarse caer).

Memo: Explotar es una elección, no un castigo ni un premio a la virtud del inflador.
Memo2: La sensación de estar inflado no es permanente, en algún momento hay que dejar ir ese aire para reencontrarse con el centro desinflado.

martes, 31 de mayo de 2016

Extracto de maíz

...como lo que sentía al encontrar ese taxista que no está apurado por saber en qué esquina doblar, que habla más que de sí mismo y propala el privilegio de una energía que tres cuartas partes de los filósofos podrían sostener en su mano derecha si soltaran su propio cerebro en el abismo de no catalogar la verdad: el valor de dejar que los oídos de adentro también sientan y no puteen como ese empleado del Banco Provincia que ve pasar el 44 mientras está llegando tarde, el colectivo pasando a la misma velocidad que pasan de largo las ondas palabras ajenas, lejanas, pasajeras, y ahí esa parte del sonido que llora por la sordera humana casi universal.
Podía escuchar en esos días los pensamientos de aquellos que solo escuchan sonidos, cuyos ojos ven formas y colores y creen que el alma es un invento desesperado de los que angustian en su fe. No los creía predecibles, simplemente los veía graciosos nadando en la parte poco profunda de la pileta, ahí donde no hay muchos lugares para moverse, como se mueven las palomas siguiendo al pisingallo por más que desconfíen (o teman, con razón) del humano y su mano.
Cosa muy distinta pasa con los ojos fijos y en silencio de todas las mujeres santas que usan de cápsula espacio-temporal la aguja y el ovillo mientras alrededor caminan 3 tanques de guerra sobre el piso abierto por un terremoto y un agujero negro pasea junto a su gato Boris. Cualquier Houdini envidiaría esa capacidad si supiera verla. Esa magia de tejer y destejer mientras el destino teje y desteje, me hace creer que ellas mismas llevan el destino en sus agujas, me hace creer que su burbuja es un paraíso real a comparación del bíblico.
Esos días prescindía de que algún ojo ajeno me viera ayudar al viejo cruzando la calle. Distinto a no importarme, diría que me daba cuenta de que no era condición necesaria y siempre distraía más de lo que alimentaba la chispa, como hace una droga, que engaña haciéndonos creer lo que en definitiva no es más que nuestras ganas de que mamá nos vea tirandonos solos del tobogán....

miércoles, 25 de mayo de 2016

Todo pasa, nada nos pasa.

Qué poco seguido agregamos un "todo" al final de la frase "depende de...". Qué lamentablemente humanos somos, refiriéndonos al otoño con el amarillo, al amor con un corazón, a la magia como coincidencia azarosa, a la vida como "algo" (una de esas palabras que sirven de relleno entre lo indecible y nuestro hambre de significados) que transcurre entre un lugar-momento y su contraparte: ese punto final que algunos ven suspensivo, otros ven infinito, mientras otros ni siquiera lo ven. O no lo quieren ver, vaya uno a saber.
No me refiero a verdad o falsedad de éstas afirmaciones como si mi palabra fuera dueña de tal amplitud, como si para las palabras mismas intentar hacer ésto no fuera un salto mortal hacia el vacío inevitable del todo. No, no me hago cargo de tal ferocidad contra la vida. Denuncio de ésta forma la simplificación de los infinitos sucesos, la compulsa adicción a darnos a nosotros mismos con cuentagotas este océano de estrellas, de alimentar esa catástrofe que somos, que creamos y pisamos como tierra firme... aparente suelo en una caída libre sin paracaídas.

Muchas veces creo que más que puntos de vista, tenemos vista de puntos.
Nos resulta más cómodo ver el punto y simplificar causas y efectos en pocas relaciones. La necesidad de ser específicos en nuestro acostumbrado racionalismo, nos achica el panorama y acorta nuestras posibilidades de expandirnos hacia el mundo y hacia el otro. Casi nunca nos preguntamos si el punto puede, simultáneamente, estar afuera y adentro, si es parte nuestra, si nos compone, o si también es parte de todos, si está compuesto por varios de esos puntos en relación. Cometemos el error de creer que todo es simple, que las cosas pasan solo por un motivo, o peor aún, que las cosas "nos pasan" (mientras preguntamos "¿por qué a mi?").
La vista de puntos escatima en realidad. Es la que provoca generalizaciones, confusiones, prejuicios...
Nada es completamente independiente, nada existe porque sí, por sí mismo, para sí mismo. Creer ésto es agujerear la existencia, es abollar la vida con una lógica fría y engañosa.
Todo es interdependiente, multifacético, fragmentado, compuesto.
Todo necesita conectarse, tocarse con cualquier sentido, en cualquier sentido, y profundamente sentido... Todo merece ser sentido (nosotros también)

Pero, ¿todo debe ser calificado? ¿todo merece ser bueno o malo? ¿correcto o incorrecto? ¿específicamente aplicable a un ejemplo? Eso lo mira el humano con su lupa... El universo es ciego, porque ve todo.
Creo que uno de nuestros mayores defectos es el complejo de superioridad que nos exige explicar todo (el mismo que estoy poniendo en práctica en este momento). Nos olvidamos que todos podemos dejar de ver algo para ver todo. Nos olvidamos del valor de que existan múltiples perspectivas, muchos departamentos con vida en cada uno, no para que cada uno sea una vida en sí, sino para que todas sean compatibles en un orden mayor, en un encuentro universal, en un edificio vital.

La locura más grande es que es mucho más habitual perderse en la superficie que en la profundidad.
Salgamos de la cómoda superficie, es más rico perderse en la profundidad.

"La locura es poder ver más allá"

~ Pensamiento expansivo formado por todas las probabilidades que inevitablemente pueden darse en una situación, sin necesariamente saberlas todas, sólo contemplándolas ~

 

"Hemos venido a la tierra a provocar el combate de las cosas que sólo quisieran soñar. Ellas sólo duermen, sólo están, mientras nosotros no les digamos: tú eres el bien, tú eres el mal, tú eres la felicidad, tú eres la desgracia..." (Todos los gatos son pardos - Carlos Fuentes)

sábado, 14 de mayo de 2016

Construir sin suelo

Ando teniendo encuentros desapegados con las palabras, algo así como rozándolas, acariciándolas sin envolverme en ellas. Términos que rodean mi día a día sin intimidarme. Algunos de ellos son: 'actitud', 'espontaneidad', 'perspectiva', 'encuentro'. De alguna forma todos se entrelazan, creando una red en la que me muevo sin esfuerzo reencontrándome con sus significados fuera de la memoria, con esos recuerdos que llegan, impactan, inflan algo adentro, se hacen sentir y siguen su camino.
Empiezo a creer que la memoria se divide en intensidades; por un lado surgen recuerdos más bien gráficos, ya sea con imágenes o sin ellas, con estructuras firmes, delimitaciones y texturas; por otro lado llegan ellos, los descarriados, los que no se buscan y que al no buscarse se encuentran, los que siempre están, los que sin palabras hacen llegar su mensaje descontracturado. Para la otra memoria todo se repite, mientras que para ésta todo es novedoso. Hay otra memoria (u otras) más que no tengo palabras para definir, pero también existe(n).
Entonces, ¿de qué memoria provendrán estas palabras? Nuevas palabras que ya son viejas, pero renacen en un cuerpo distinto, con distintas capacidades de movimiento y condiciones de existencia; una alquimia reconecta y enlaza nuevos surcos que antes no existían... ¿de qué naturaleza proviene esta capacidad? ¿sucederá todo el tiempo sin que nos demos cuenta? ¿qué sucede cuando no existen en la memoria enlaces definitivos y simplemente permitimos que todo sea nuevo, que nada se arrugue y envejezca, que el pasado y el futuro sean puro presente?

Lo viejo, lo nuevo, lo frágil, todo convive en un mismo instante, en esta mezcla que remuevo lentamente.
¿Qué es este dialecto que no entiendo?
¿Quién lo habla?
¿Me está hablando? ¿O simplemente canta?
¿Lo escucho o intento obviar que está ahí?
A veces sí, pero está, siempre está.
La magia de ser humanos nos envuelve y nos mece.

"... y los gestos, esa arquitectura de la nada, encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro."

martes, 26 de abril de 2016

Soy alud

"...Pero la vida, como bien sabemos quienes estamos propuestos a danzarla, es justo la desmesura que, por definición, resiste naturalmente todo tipo de control, lo que escapa a cualquier posible anticipación, lo que siempre sorprende porque no acepta clasificaciones tranquilizantes. Comprender que no necesitamos liberarla, sino expresar simplemente al mayor grado su potencia, es la clave para salir de la trampa en la que el control biopolítico nos hace caer, vez tras vez."


Tres mates me despiertan
siempre cuando siento el brío
tres mates nomás
pulsan vida en el delirio

Casi encuentro en tu sigilo
algún hueso de tu alma
casi, casi pierdo el mío
pertenezco a tu mirada

Que no sienta, ni vos sientas
no es ningún canibalismo
uno siente, sobre todo
cuando explora el sinsentido

No será que nos perdamos
o que ya estemos perdidos
ni intentemos correr riesgos
lo seguro será el río

desmesurado flujo
transpira exceso a chorros fríos

calculando el tiempo
que tarda tu ejemplo
en fundirse con el mío

atormentado brujo
en la espalda de la luna, mudo

mientras todos
pertenecen
a otro mundo

tiemblo al escuchar tu cuento
mientras alguien grita, río

calculando el tiempo
que tarda tu ejemplo
en soltar el desatino

seriedad no es crecimiento
ni inocencia juventud

mientras todos
desflorecen
soy alud...

martes, 22 de marzo de 2016

Coordenadas del vacío

Para una cultura práctica, táctica y veloz, lo simple suele ser sinónimo de impreciso, de indeterminado; lo simple es eso que miramos desde afuera con desdén, jactándonos de ser mucho más, de tener dobleces, hendiduras, atajos (que llevan a rotondas interminables), curvas pronunciadísimas, idas y vueltas con idas y vueltas intermedias, pozos profundos e indescifrables, defensas ante cualquier impacto ajeno, de cualquier frente: distante o cercano; real o inventado; ofensivo o neutro. No nos permitimos interpretar lo simple como una elección: lo tomamos como una naturaleza poco avanzada en su búsqueda de complejidad, o también como una táctica planeada, como un juego, como un engaño tal vez; toda escapatoria es útil ante nuestra aceptación estrictamente lógica que no concede a otros métodos un lugar en la escena, justamente debido a esa atracción por lo complejo, una costumbre socialmente aceptada.

Entonces la racionalidad, esa vieja compañera que nos acompaña a diario desde que elegimos metódicamente un par de medias a la mañana hasta que ordenamos los pasos convenientes para darnos una ducha, pierde sentido en los abismos desconocidos de una mirada, en la elección libre y arbitraria del amor, en la compasión por algún otro que no sea "cercano", en la simpleza de regalarle un bello momento a cualquiera (incluso a nosotros mismos). Una actitud de prepotencia insensible nos hace delirar en extremos de la cordura,  ese invento moral que nos contiene para mostrarnos y creernos inmersos en una virtual normalidad que nos contenta, mientras nos repele del contacto humano y firma una sentencia a sobrevivir en pos de algún que otro escape al letargo existencial.

Mi admiración por los niños es hacia su sabiduría interna sobre estos conceptos que sienten y comprenden, más de una vez, sin todo el palabrerío que invoco en este momento. Admiro su inagotable ímpetu de juego, esas ganas de transformar todo sin pensar si es posible o no, porque todo es posible en su imaginación que diseña cada dimensión a su gusto; esa magia de perpetuarse en lo indescifrable con simples improvisaciones, gestos inocentes, errores y risas; esa costumbre de confiar en cualquiera porque sí, sin enredarse en suposiciones y miedos; ese sinfín de amor que les enseñamos a medir y calcular.
Admiro a mi niño también, con su verguenza y sus frenos.
Aún así, con toda la entrega que disfruto darle, me cuesta permitirlo ser.

Sospecho no ser el único que siente ese sabor a nada que no termina de complacer... y sin embargo, el agua es insípida y complace. Somos agua en gran parte, aunque nos esforcemos constantemente en estancarla. Somos también bichos de costumbre (sobre todo los bichos de ciudad), y llevamos en la costumbre (tal vez también en la cultura) una tendencia a maximizar lo absurdo, normalizar lo extremo y minimizar lo intenso.
Todo ese esfuerzo para no sentir el vacío. Nos dijeron que el vacío hay que llenarlo con algo... pero, ¿hay que llenarlo?

El vacío es simple.
¿Podemos llenarlo indefinidamente?
.


martes, 26 de enero de 2016

Terceras primeras personas

Hace mucho evitaba hablar de amor. No del sentido amplio de la palabra, de ese amor que rodea hasta a las moscas que escarban la basura; sino del otro, de ese que cantan los boleros, el que te derrite la nieve en invierno, el que escarba más profundo que las moscas, más profundo que lo oscuro, lo turbio, lo-que-no-se-dice. Sabía que los espejos suelen confundir, tornándose inhabitables en un momento fuera del tiempo (o del espacio, vaya uno a saber) en el que se pierde la noción de dónde comienza el reflejo y dónde el rostro que mira y es mirado.

Hablaba de esa palabrita, como siempre, la agarraba con la punta de los dedos y cara de asco, de desprecio, cara de mierda, pero por supuesto que hablaba si el tema caía de la biblioteca y me golpeaba en la cabeza, más por reacción que por impulso propio. Si podía elegir, esquivaba el libro una y otra vez para no leerlo, lo posponía por miedo a lo que pudiera encontrar entre las letras, por miedo a encontrarme y querer taparme los ojos (destaparme la boca). Solté el espejo un día y busqué ocupar las manos con otros asuntos "más importantes", como decían otras voces que escuchaba porque era el único sonido que hacía eco en el cuarto que hace rato tenía cerrada la puerta. Con candado, claro. Ahí adentro el espejo roto, escondido, con todo eso que no quería ver ni escuchar.

Dicen que lo que no se habla vuelve a atacar. Y tienen razón, pero al mismo tiempo se equivocan, porque uno puede soltar palabras sin rozar nunca un milímetro de sinceridad, sin tocarlas realmente, usando las palabras como si fueran putas. Así, sin un gramo de sensibilidad, sin besos, sin caricias, sin forro. Lo que tienen las palabras es que adoptan dimensiones, no físicas, pero es como si llegaran a pesar, a formar un cuerpo si uno las siente en serio. Muy distinto a lo que pasa a diario y lo que nos enseñan desde que aprendemos a calibrar esos sonidos con cuerpo... nos enseñan a escupir palabras, a vomitar cosas repetidas, redigeridas, carroñas que otro ya vomitó. Y eso es una mierda, por si no se nota el olor de mis palabras.

Entonces un día abrís la puerta y te encontrás con que todo es un quilombo de palabras deformadas, sucias, alteradas y maquilladas al punto de que no sabés quién carajo las dijo antes, porque se cagaron a palos entre ellas, hicieron mierda el cuartito en el que las escondiste y olvidate del espejo porque ya esta desparramado por todos lados, clavado en la pared, triturado hasta ser polvo, olvidate, en serio. Y ¿sabés que pasa? Te enojás. Como un soberbio te enojás con las palabras como la madre que se enoja con su hijo por ser su fiel reflejo. Te enojás con todo eso que te muestra tu cara cuando no mirás, cuando estás ocupado con otra cosa o ni siquiera estás ocupado, te inventás ocupaciones y sos más hipócrita que lo que criticás. Eso es lo peor. Porque ahora ni siquiera tenés espejo, ¿entendés? No sabés bien quién sos.
Por suerte buscás palabras, buscás esas que no pudiste esconder y te encontrás con muchas que no te acordás bien para qué las usabas. Entre todo el quilombo ves de lejos una cortita, de seis letras, sencilla, que a la vez es tan difícil de decir... te encontras con "perdón". Lo que pasa cuando uno le da peso a las palabras es que les pone una intención. Eso es lo que siento, la intención vale más que la palabra misma. La intención llega donde la palabra ya murió hace rato, atraviesa el oído, la corteza cerebral, genera un impulso eléctrico, viaja por el cuerpo, da vueltas por el corazón y roza el alma, cuando no lo atraviesa. Es un acto mágico, no me cabe duda.

Pasa el tiempo y un día se da todo junto, los átomos se interceptan y cruzan en un baile infinito, revive una alquimia con la que los antiguos teorizaban y se rompían la cabeza, y de golpe uno suelta las certezas, suelta lo conocido, se suelta de todo, entra en pelotas en el cuarto, cruza miradas con las palabras, intenta hablar y la voz hace un ruido raro, casi que se da pena, casi siente vergüenza, mira para abajo y casi que se da media vuelta, pero levanta la cabeza y con una lágrima cayendo dice la palabra. La dice y la siente, y no puede creer que se sienta así, entonces la repite, la grita, la grita con cariño pero le tiembla el cuerpo, me tiembla el cuerpo, me tiemblan las palabras que tiemblan cuando me abrazan porque nunca estuvieron enojadas, porque ellas también sienten cuando abrazan, cuando se abrazan y se disuelven de ese peso tan liviano que las hace levitar, que hace volar a cualquiera.

Y recuerda...
Recuerda la perspectiva que sale de un espejo.
Recuerda la interpretación que refleja su reflejo.
Recuerda más allá de su recuerdo exacto y se mira con otra intención, se mira sin los ojos.

Busca pegamento para el espejo y todavía no se quiere mirar, pero sabe que nadie lo apura, que el espejo va a encontrar una perspectiva que muestre adentro y también afuera, algún fiel reflejo. Mientras tanto espera. A veces en silencio, a veces con palabras. Ya no desespera tanto. Se encuentra, un poco más despierto ahora.

"Soy un incurable, che...
Hablar de despertarse cuando por fin se está tan bien así dormido" J.C.

domingo, 24 de enero de 2016

Desinformados

Nos preocupamos y ese simple acto desencadena más problemas que soluciones. Pareciera que a partir de una perspectiva recreamos infinitas dimensiones posibles, nacidas como siamesas que se unen en cada parte de sus no-cuerpos y confunden a cualquier médico experimentado. Aferrados a la ilusión de que esas dimensiones escondan certezas, las recortamos en pedacitos, las ordenamos minuciosamente y escudriñamos en cada una las leyes que las gobiernan, atestiguando su existencia imaginaria (imaginando por momentos que son reales; haciéndolas reales). Qué absurda la tentación de encontrar explicaciones a lo inexplicable, de intentar pensar cada paso y al hacerlo no poder dejar de trastabillar, no poder por tanto querer explicar en vez de caminar. Es una especie de religiosidad enfermiza y la biblia o el corán lo tenemos adentro y no en el bolsillo, muchas veces jactándonos de no creer en nada, cuando eso mismo es creer en algo. Todos tenemos miedos, todos desconfiamos de la vida más veces de las que confiamos. La espontaneidad nos atrae y a la vez nos aterra. Nos gusta verla por afuera, hablar de ella y bendecirla, pero a la hora de elegirla son pocos los que juegan miles sin saber. Son pocos los que se llenan de misterio.
Luego el silencio. Lleno de ruido, sí, pero no se escucha nada. Ahí no escuchamos ruido, solamente música de silencios acompasados. Bailamos, a veces con el cuerpo, otras sin él. A todos nos cuesta bailar sin mirarnos al espejo, a muchos nos penetra el miedo de pensar que nos miran los espejos. Pero cuando lo hacemos, cuando lo hacemos... qué hermosos nos vemos sin vernos, o sin preocuparnos por cómo, cuándo, qué. Qué hermoso es el cielo.
Y a la mente le irrita el silencio porque no se escucha a sí misma. Habla el cuerpo, la vida, el sueño, el delirio. Grita el sentir que alguna vez fue silenciado, que tapamos con tanto volumen rebalsado.
"No somos nada" escuchas, y aflojás. "No somos más que el viento, que no se pregunta por qué no se queda quieto. No entendimos nada después de tanto tiempo, después de pensar el tiempo".
Nos olvidamos que el niño interno pregunta por qué con curiosidad, mientras nosotros lo hacemos por capricho. Y nos preocupamos por lo que todavía no pasó, y preguntamos y nos contestamos para empacharnos de certezas que no sabemos. Y temblamos, sin darnos cuenta que temblamos, o mintiendo, diciendonos que es por el frío.

jueves, 21 de enero de 2016

Ausencia presente

A veces comprendemos algo
entre la noche y la noche.
Nos vemos de pronto parados debajo de una torre
tan fina como el signo del adiós
y nos pesa sobre todo desconocer si lo que no sabemos
es adónde ir o adónde regresar.
Nos duele la forma más íntima del tiempo:
el secreto de no amar lo que amamos.

Una oscura prisa,
un contagio de ala
nos alumbra una ausencia desmedidamente nuestra.
Comprendemos entonces
que hay sitios sin luz, ni oscuridad, ni meditaciones,
espacios libres
donde podríamos no estar ausentes.

Roberto Juarroz

lunes, 18 de enero de 2016

Desentido

En la muerte hay vida, y esa vida no es más que una sucesión de pequeñas muertes y resurrecciones desordenadas. Eso creo, en realidad te lo digo muy seguro sin saber de qué va todo esto que encasillamos en cuatro letras.
Mirá, la verdad no sé decirte qué es vivir pero sí te digo que morir es algo así como vestirse de sombras. Y no solo vestir el cuerpo, ¿viste? Hasta los ojos parecen abarrotados de un desplome, tapados hasta el cuello por un peso más pesado que la cabeza que los lleva y desilusionados, así, desiluminados, como un túnel con final. Un foso sin olores, ni abrazos, ni sonido que parezca atractivo, ni siquiera la risa se siente inocente y puede ser el disparo más letal para nuestro robot interno que busca administrar y controlar el desorden inevitable de su compañero de cuarto, ese remolino inadaptado que se lleva todo puesto menos la tierra firme, a la que caemos buscando refugio como busca la luna, alunizados y cansados de oscurecer (nos)... Un desorden inmoral que conoce lo desconocido.

Y no hay más destino predestinado que al que nos lleva la calesita: al retorno, pero no sin mareo, no sin convulsión y repulsión y decepción, mucho menos sin gravedad, porque ella es la que nos lleva hacia abajo cuando no sabemos bien dónde esta eso que nos dijeron que era y que no era. ¿Será eso todo? Será que no hay que saber, será que la fuerza es abstracta, será que nos lleva(mos) a nuestra propia huella tironeando de la boca con la carnada más amarga que nuestro hambre voraz ya conoce, desmemoriada por lo intangible. ¿Será así, como andar en bicicleta sin las manos? Porque si hay algo que sabemos es que no podemos pensar en no pensar; no podemos perseguir nuestra propia cola.
No.
Bueno, un rato si, y es divertido.
O sí, podemos, bien que podemos y mostramos que podemos, pero es tan actuado como sentir que no sentimos.
Y no se si sabemos algo en realidad. pero te digo que la fiebre de sentir se cura sola, te digo que degrada como un hongo y se alimenta de los deshechos y de todo eso que corremos al costado como posponemos los tiempos sin tiempo de hacernos compañía, con el miedo de que tengan razón esos gritos insoportables de mariposas inyectadas al pulso.
Quizás nadie quiere enfermarse, ¿sabés? Pero la enfermedad es uno mismo, y esa tierra no dolería si no pelearamos tanto contra lo que es... las pastillas solo posponen, le hacen paréntesis al reloj que llevamos en la espalda y se disuelven por lo falso de la ilusión forzada... porque las ilusiones no comen cuando están atadas, ¿o me vas a decir que no estarías enojado si te ataran pudiendo volar? Volar es la gravedad misma, es la fuerza contra todas las fuerzas, es la otra cara de la luna. Es todo eso que no tiene sentido, que no tiene que tenerlo para existir. Y así de absurdo es todo. Así somos.

¿O me vas a decir que tenés sentido? (y no hablo de sentir, hablo de la fiebre)