Hilos que conectan con nudos minuciosos. Cuerpos comunicados a partir de hilos, interactuando a través de ellos.
Lo tangible y lo intangible de nuestros cuerpos en vínculo mediante interacciones arbitrarias que cobran sentido a través de los hilos mismos, entre otros hilos contrapuestos con la otredad de los hilos de allá —esos que a veces vemos sin comprender—.Hilos tensos, hilos leves, hilos molestos, otros inconclusos, dinámicos, indecisos, vibrantes, luminosos, enredados, con nudos, enredados entre otros hilos... Hilos que empiezan siendo el misterio detrás de escena y terminan siendo
la medida de lo cotidiano.
¿Cómo dejar de entretejerlos y anudarlos? En mí veo germinar esa costumbre como un reflejo casi autómata, un escalofrío constante de alguna materia que no veo pero está, siempre está. El tejido responde a un movimiento de agujas gigantes que veo desde abajo
cuando logro verlas, como pasa en esos momentos plagados de sonidos intermitentes que se sincronizan de golpe. O será que el que se sincroniza es uno con ellos, andá a saber.
En particular, diría que veo algo así como manos que hacen crochet con hilos
infinitos, o eso creen ver mis ojos. Veo también mis hilitos ínfimos, que en realidad no son míos y tantas veces creí gigantes sólo comparándolos con otros. Siempre que los miro revive en mí esa dinámica conocida de querer "ser grande" cuando "sos chico" y viceversa, ese capricho que termina sólo cuando cierra el telón. Y decir que termina es un eufemismo, porque termina como lo hace la lluvia, que vive y crece detrás de escena. Qué subjetivo esto, hablar de lo grande y lo chico. Y qué grandes compañeras son las comillas... tan pequeñas.
En fin, así los ojos se me bizcan, veo borroso y desnudo nuevos hilos que apuntan a cualquier lado, hilos mal ubicados, mal dimensionados. Grandes hilos de metal entre la cabeza y el corazón, hilos repetitivos ahogando mi Animus, hilos rígidos por tanta helada, hilos con nudos tras nudos tras nudos entre varios hilos irreconocibles. Hilos que ya no se sabe de dónde salieron, que tal vez se hagan círculos sin saber.
Hilos especiales, con otra textura, que me arriesgo a nombrar como temporales y atemporales. Son los mismos y apuntan a nuestra
raíz del tiempo, lo Creativo, aferrados con fuerza a nuestros niños: hilos que cada tanto hacemos riendas y nos reímos con un hacer que nace del ser (risas que también vienen entretejidas. Espasmos estornudos del inconsciente).
Veo, desetiqueto en círculos, y observo el desorden.
Me aburro; tiro de un hilo y veo lo que pasa. Tiro de otro hilo, veo lo que pasa. Así.
Veo por otra parte, con la mirada todavía borrosa, caños, cables y vigas que atraviesan a toda la casa y veo, por supuesto, las paredes que la contienen. Hay un altillo que siempre está y siempre olvido. Subo. Arriba un nene duerme, el sol pega siempre, las nubes nunca llegan y se siente nuevo estar, como rozando el pasto con los pies. Nuevo, como un encuentro-despedida en bucle. Siempre nuevo.
Y veo la casa que en el entretanto parece más conventillo que hogar. Imaginate: un comedor atravesado con hilos, tantos como para atar mil elefantes ¿cómo se vive así?. Pero así vivimos robotizados si no vemos una matriz aunque sea imaginara y mientras veo el supuesto desorden ya no veo la estructura física que cada tanto me marea (ahora que lo escribo veo tan claro que me da más vértigo el limite que el enjambre de nudos. Así vivo).
Alguno pensará que en vez de conventillo eso es un manicomio.
Quien pueda que haga la distinción concreta, porque a mí, por lo pronto, no me sale hablar de la locura como los que reman entre habladurías del día a día. Lo que deduzco irracionalmente es que:
los hilos están siempre,
la estructura puede faltar
o mutar
o ser un río
un río de tela
un telar de agua.
Los hilos están
el sol también.
Algún día de esos que naufrago me doy cuenta que desde el parque, afuera y lejos, se entiende mejor el telar, sobre todo cuando me subo al roble florecido. Entender es una palabra gigante pienso, y después me pasa algo
fuera de mi común: me aburro de pensar estando ahí afuera y arriba.
Afuera y arriba: cómoda combinación de términos y ubicaciones desde donde administro sin lógica los hilos (lugar que aparte de cómodo es seguro porque no tengo que hacerle frente al león que da vueltas alrededor de la jaula abierta. No es que le tenga miedo, lo que pasa es que todavía no puedo mirarlo fijo aunque me enamore —¿aunque o porque?—. Lo mismo me pasa con el sol. Me pasa con eso-que-se-siente-de-golpe. Mejor ni hablemos de eso, me confundo)
Y también me doy cuenta sólo ahí, lejos del enredo, que puedo
elegir de qué hilo tirar. Me veo siendo y escribiendo todo esto porque en realidad ahí lejos estoy en un sueño con ojos bizcos abiertos, y sueño: no siento mis manos ni la fuerza de mis brazos,
pero algo esta en tensión; no siento mis piernas contra el árbol mientras sé que hay un roble y sé que estoy arriba
—¿sé o intuyo?—; siento poder, pero no es la sensación de manejar un tanque, ni siquiera es una sensación que me atraviesa, sino algo como el poder de alternar mis movimientos en cada aspecto, en cada cuerpo, como si mantuviera bajo el agua un globo que puja por salir durante el día; siento que
hay algo que me pasa pero no soy yo el que pasa cuando me pasa eso.
Tal vez decir "en realidad" y "sueño" en la misma frase pueda falsear sentidos concretos aparentes, pero lo que pasa es que el mundo que describo es un mundo de metáforas, un mundo de sugestiones.. Me abro a ver que todo eso también es el mundo desde el que escribo
de alguna forma ahí o allá es más fuerte, más concreto
pero es el mismo mundo que hago fetas para explicarlo
(justamente ahí o allá la metáfora puede ser concreta,
eso es lo que pasa ahí pero acá no, ¿me explico?).
Freno, no quiero enredarme más, así que jugando tiro del
único hilo celeste: con el impacto el nene se ríe y me contagia, el león brilla más fuerte y ruge, las puertas
ya no están,
el altillo se hace vitrina y el árbol agua. Un único hilo celeste anudado en trenza de mujer. Un único hilo trenzado, mi mano
que no es mía y no se si estoy dormido o despierto... Y eso pasa ahí, pasa que no sé, pasa que todo esto es un cuentito corto de lo que siento después del vértigo.
Asumo la caída y soy paracaídas sin hilos.
Soy la campana inflada con fuerza.
Soy solo ese momento ahora que escribo sobre éste acá.
Y eso que estaba pasando ya pasó.
Ahí o allá sigue estando en el mismo lugar, ahí o allá, pero el que se mueve soy yo.
Y el movimiento es inevitable.
La oscilación es cadencia y armonía.
Respiración inconclusa de los hilos sobre el Todo.