Nos preocupamos y ese simple acto desencadena más problemas que soluciones. Pareciera que a partir de una perspectiva recreamos infinitas dimensiones posibles, nacidas como siamesas que se unen en cada parte de sus no-cuerpos y confunden a cualquier médico experimentado. Aferrados a la ilusión de que esas dimensiones escondan certezas, las recortamos en pedacitos, las ordenamos minuciosamente y escudriñamos en cada una las leyes que las gobiernan, atestiguando su existencia imaginaria (imaginando por momentos que son reales; haciéndolas reales). Qué absurda la tentación de encontrar explicaciones a lo inexplicable, de intentar pensar cada paso y al hacerlo no poder dejar de trastabillar, no poder por tanto querer explicar en vez de caminar. Es una especie de religiosidad enfermiza y la biblia o el corán lo tenemos adentro y no en el bolsillo, muchas veces jactándonos de no creer en nada, cuando eso mismo es creer en algo. Todos tenemos miedos, todos desconfiamos de la vida más veces de las que confiamos. La espontaneidad nos atrae y a la vez nos aterra. Nos gusta verla por afuera, hablar de ella y bendecirla, pero a la hora de elegirla son pocos los que juegan miles sin saber. Son pocos los que se llenan de misterio.
Luego el silencio. Lleno de ruido, sí, pero no se escucha nada. Ahí no escuchamos ruido, solamente música de silencios acompasados. Bailamos, a veces con el cuerpo, otras sin él. A todos nos cuesta bailar sin mirarnos al espejo, a muchos nos penetra el miedo de pensar que nos miran los espejos. Pero cuando lo hacemos, cuando lo hacemos... qué hermosos nos vemos sin vernos, o sin preocuparnos por cómo, cuándo, qué. Qué hermoso es el cielo.
Y a la mente le irrita el silencio porque no se escucha a sí misma. Habla el cuerpo, la vida, el sueño, el delirio. Grita el sentir que alguna vez fue silenciado, que tapamos con tanto volumen rebalsado.
"No somos nada" escuchas, y aflojás. "No somos más que el viento, que no se pregunta por qué no se queda quieto. No entendimos nada después de tanto tiempo, después de pensar el tiempo".
Nos olvidamos que el niño interno pregunta por qué con curiosidad, mientras nosotros lo hacemos por capricho. Y nos preocupamos por lo que todavía no pasó, y preguntamos y nos contestamos para empacharnos de certezas que no sabemos. Y temblamos, sin darnos cuenta que temblamos, o mintiendo, diciendonos que es por el frío.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario