viernes, 19 de agosto de 2016

Un reloj sin segundero

¿Quién sos? Pestañeo y te reconozco ahí donde mi carne sabe que vas a estar, ahí donde ya transpiré, morí y renací infinitas veces. Guiño un ojo y entiendo tu guiño, pero ya no es el mismo que veo. Te moves, nos movemos, pero nunca completamente juntos... siempre nos quedan incompletas las distancias.
Si estiro un brazo hacia vos los patovas de la materia me reprimen; y te extraño mientras me sacan a patadas, porque vos ya fuiste mientras yo estoy siendo. 
Te extraño y es extraño sentirlo. Sos extraño: no te recuerdo pero estás en mi memoria.
Me sorprendés con cada gesto mientras una parte de mi ya te conoce hasta el bostezo. ¿Qué memoria te habla ahora?
Y te extraño. Te extraño porque no sos mío y te siento el pulso. Porque estas adentro pero del otro lado, ahí donde un plasma desequilibrado nos repele. Porque nunca vamos a caminar esas calles con los mismos pies ni acariciar con las mismas manos. Incluso en la tumba vamos a estar tan, pero tan lejos... Te extraño, pero sé que hay otras calles, otros tiempos, otros pies, otros cuerpos. Creo que te crucé alguna vez por allá, ibas distraído mirando al tiempo, sin zapatos, y tu sonrisa parecía un peinado nuevo. Cruzamos miradas y pude ver a través de tu cráneo. No pensaba en nada

Después me desperté y estaba desnudo. 

Ahora que lo pienso no se si eras vos el que vi.



En efecto te pienso distinto, y eso pasa cada vez que el sol no pega mucho ni poco, cada instante en que el viento frena acompañando cada movimiento y el reflejo muestra más que un símil de segunda mano. Entre toda esa perfección, mi homo sapiens se razona y en sus gestos se nota el temblor como resistencia a perder su credo; el miedo a los patovas que dañan lo único que le pertenece... 

Pero ahora mi sapiens brilla arte con el alma, y se pregunta ¿a cual de esos cuerpos le pertenece el brillo? Eso que se mueve no es de nadie más que de la libertad, y se da cuenta cuando habla de ella, la eterna bailarina, solo así se da cuenta que pertenece a algo más grande que espera siempre acostado y cuasi poseído a que vuelva a su primer cuerpo.
Sin más, me hago un buche con el cuentagotas del tiempo y descubro la impertenencia: sumando lo que fui, lo que soy y ese otro flechazo al futuro, el bigbang se hace tierra fértil. Y renazco.

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