miércoles, 28 de junio de 2017

escondidas con el brillo

El brillo tiene eso, a veces juega a las escondidas y vaya uno a saber dónde se metió ahora. Si jugara en un cuartito, o en un patio a lo sumo, todo bien, pero juega adentro de uno y ahí hay que animarse a meterse.
Lo que pasa no es nuevo, pero es como si siempre lo fuera... el elige esconderse, uno, dos, y así hasta diez, o veinte, y donde sea que veo una pista suya, me encuentro con su astucia. No es que me crea el mejor jugador de escondidas, pero creo que soy uno de los tantos que anda buscando el brillo con la cabeza hasta darse cuenta de que chocarse una vez contra lo oscuro, pasa, pero varias, duele.
Y aunque es siempre igual, es diferente cada vez, como son todas las cosas que saben ocuparnos el alma y hacer niditos ahí; camaleónicas. Yo lo busco todas las veces como si fuera la primera. No se, tal vez tenemos un código implícito y el juego consiste también en olvidarnos un poco de las otras veces, ya que el brillo suele ser bastante amigo del misterio. Y así jugamos su juego cada tanto, y la pérdida del brillo al principio es intrigante, más tarde preocupante y si no lo encuentro llega a ser pecho cerrado, jardín seco, pájaro sin alas. A éste panorama me opongo como se opone el árbol al viento pero tarde o temprano termina en sus brazos, danzante. Aunque el árbol en eso es más hábil, a mi sin brillo me cuesta danzar.
La tercera etapa puede durar horas o semanas.
Algo como un manual en mi piel me recuerda que alguna vez dejé pasar el rato para que el brillo venga solo, y tardó mas que el bondi de madrugada, o sea, nunca llegó.
Hoy sé algo, aunque sea de esas cosas que me olvido: al brillo hay que ir a buscarlo, con la cabeza en alto y el corazón al frente, para que sirva de linterna y para que no duelan los chichones.

algunas plantas son maestras en encontrar el brillo, no dudes en pedirles consejo