"Blake escribió con mucha amargura:
"Siempre he advertido que los Ángeles tienen la vanidad de hablar de sí mismos como de los únicos sabios. Hacen esto con una confiada insolencia que brota del razonamiento sistemático."
El razonamiento sistemático es algo de lo que tal vez no podamos prescindir ni como especie ni como individuos. Pero tampoco podemos prescindir, si hemos de permanecer sanos, de la percepción directa, cuanto menos sistemática mejor, de los mundos interior y exterior en los que hemos nacido. Esta realidad es un infinito que está más allá de toda comprensión y, sin embargo, puede ser percibida directamente, y desde cierto punto de vista, de modo total. Es una trascendencia que pertenece a un orden distinto del humano y que, sin embargo, puede estar presente en nosotros como una inmanencia sentida, como una participación experimentada. Saber es darse cuenta, siempre, de la realidad total en su diferenciación inmanente; darse cuenta de ello y, aun así, permanecer en condiciones de sobrevivir como animal, de pensar y sentir como ser humano, de recurrir cuando convenga al razonamiento sistemático. Nuestra finalidad es descubrir que siempre hemos estado donde deberíamos estar.
Por desdicha, nos hacemos muy difícil esta tarea. Pero, entretanto, hay gracias gratuitas en la forma de realizaciones parciales y fugaces. Bajo un sistema de educación más realista y menos exclusivamente verbal que el nuestro, todo Ángel —en el sentido que Blake da a la palabra— tendría autorizaciónp5ara un banquete sabático, sería inducido y hasta, en caso necesario, obligado a hacer de cuando en cuando, por medio de alguna Puerta Química en el Muro, un viaje al mundo de la experiencia trascendental. Si esto le aterrara, sería una desdicha, sin duda, pero probablemente saludable. Si le procurara una iluminación breve, pero sin tiempo, tanto mejor. En cualquiera de los casos, el Ángel perdería algo de la confiada insolencia que brota del razonamiento sistemático y de la conciencia de haber leído todos los libros."
viernes, 7 de octubre de 2016
martes, 4 de octubre de 2016
Acordar desacordar. Existir en abandono constante.
El otro, lo otro... vamos hablando, discípulos del chisme, dopados por el vicio de encuadrar a lo otro, lo que está fuera nuestro, lo que nos ataca todo el tiempo. Encadenando flores nos creemos la ilusión de este cuerpo.
Tantos locos robando vida al tiempo y dormimos alimentando una supuesta cordura ¿dónde tenés puestas las esposas vos? ¿me ayudas a ver las mías?
El otro es siempre caos; lo ajeno que perturba.
El otro, lo otro: un trastorno que contrae los pulmones y revuelve nuestro ritmo.
El otro, moviendonos como si no fuera tan "otro".
¿Te fijaste cuantos sujetos viven adentro de un otro?
Y con cada uno de esos sujetos, ¿cuantos nosotros interactúan? ¿te animas a contarlos? ¿te animas?
El otro es el remolino, lo enredado que de una forma u otra ya tenemos adentro... minutos, horas y vidas peleando con el caos, desatando con una mano los nudos que atamos con la otra. Mirando el canal de lo inesperado llevamos un control sin pilas en la mano.
¿Quién dijo que somos humanos realmente? ¿Cómo aseguramos que ya llegamos a serlo? No nos veo más que como absurdos animales egocéntricos creyendo que libertar es controlar, con un hilo de baba cayendo en exposición de nuestra naturaleza dormida. Llevamos adentro la memoria de los protozoos, los minerales, los vegetales, todo en nuestro gen y esa voz lo usa para convencernos de ser más, mientras somos el eslabón que viaja en pedazos de metal y se enoja porque hay muchos en la calle, porque "no se puede viajar así" y porque estamos haciendo pelota el planeta. ¿Quién fue el que se animó a decir que somos humanos? ¿Quién se anima a decir que somos? ¿yo soy? ¿vos sos? ¿te animás a ser? ¿me animo?
¿Cuántas veces por día realmente soy y elijo ser?
Pero no, claro... como si fuera poco malgastamos la palabra para contarle a los otros que no sabés cuántos nuditos desaté hoy, qué cansado que estoy, cuántos autos había en la calle y qué caro que está el queso.
Y no, los otros no saben. Los otros tienen sus propios nudos, pib@. Cuando termines de contar los tuyos te cuenta los suyos, y así se entretienen hasta la próxima. Y esos nuditos entretienen, pero no son más que supositorios, cosificaciones de lo humano, resumenes de los nudos profundos.
No se trata de nada de eso; desatar los nudos, sacarse las esposas, romper todos nuestros nervios para reponerlos a cada instante es algo de uno, con uno y para uno. Tanta narrativa bajo control empobrece el alma y esa loca de la casa vive escribiendo novelas de puro nudo y sin final. Nudo tras nudo tras nudo, auto tras auto tras auto, insulto tras insulto... humanos. Redimidos humanos que dejamos ahí esperando y nunca crecieron.
Redención frente al caos es deshumanización.
Nuestro niño espera para jugar de nuevo en el parque de los astros, hogar del caos.
Ajustar el caos, humanizarse, no tiene nada que ver con cordura o control... tiene que ver con ángulos de visión. Abrirse a la vastedad, a lo panorámico, para que la magia de ser no se estanque en nuestras palabritas hormigas, en nuestros problemitas vagos de temporal, de día nublado, de bondi lleno.
Ir mas allá de lo que conocemos como magia es siempre ir hacia ella. Nunca se llega (lamento informarlo. No hay a dónde llegar, sino hacia dónde ir y las ganas de ir).
En el caos hay fertilidad, en la crisis oportunidad y en los ojos se despliega el caudal que desata todo con su catarata de presente.
En lo otro puede haber flexibilidad, pero no porque el otro se flexibilice o porque lo induzcamos a tal cosa. La magia está en nuestras manos, en nuestros ojos, en los nudos mismos que escondemos.
El verdadero mago está siempre abandonándose, reviviéndose.
¿Te animas? ¿o preferís quejarte?
¿Te animas a destruirte?
Todos los conformistas sufren de cordura y sensatez.
Chico: No trates de doblar la cuchara. Eso es imposible. En su lugar sólo trate de darse cuenta de la verdad.
Neo: ¿Qué verdad?
Chico: Que no hay cuchara.
Neo: ¿No hay cuchara?
Chico: Entonces verá que no es la cuchara que se dobla, sino usted mismo.
Tantos locos robando vida al tiempo y dormimos alimentando una supuesta cordura ¿dónde tenés puestas las esposas vos? ¿me ayudas a ver las mías?
El otro es siempre caos; lo ajeno que perturba.
El otro, lo otro: un trastorno que contrae los pulmones y revuelve nuestro ritmo.
El otro, moviendonos como si no fuera tan "otro".
¿Te fijaste cuantos sujetos viven adentro de un otro?
Y con cada uno de esos sujetos, ¿cuantos nosotros interactúan? ¿te animas a contarlos? ¿te animas?
Tantos yoes charlando con tantos ellos; tantas voces ¿para llegar a dónde?. Ni a mi, ni al otro: un mareo que apenas divierte. Un laberinto de palabrerío inquieto y zigzagueante que convocamos para esquivarnos. Tan aburrido como superfluo: olorcito banal de charlas sin sabor ni condimento, charlas que se quemaron y son polvo negro, charlas que ya se extinguieron apenas mezclé los primeros ingredientes. Lo que necesito -pienso, mientras sigo la charla- es alimento real. Y sigo buscando...
El otro es el remolino, lo enredado que de una forma u otra ya tenemos adentro... minutos, horas y vidas peleando con el caos, desatando con una mano los nudos que atamos con la otra. Mirando el canal de lo inesperado llevamos un control sin pilas en la mano.
¿Quién dijo que somos humanos realmente? ¿Cómo aseguramos que ya llegamos a serlo? No nos veo más que como absurdos animales egocéntricos creyendo que libertar es controlar, con un hilo de baba cayendo en exposición de nuestra naturaleza dormida. Llevamos adentro la memoria de los protozoos, los minerales, los vegetales, todo en nuestro gen y esa voz lo usa para convencernos de ser más, mientras somos el eslabón que viaja en pedazos de metal y se enoja porque hay muchos en la calle, porque "no se puede viajar así" y porque estamos haciendo pelota el planeta. ¿Quién fue el que se animó a decir que somos humanos? ¿Quién se anima a decir que somos? ¿yo soy? ¿vos sos? ¿te animás a ser? ¿me animo?
¿Cuántas veces por día realmente soy y elijo ser?
Pero no, claro... como si fuera poco malgastamos la palabra para contarle a los otros que no sabés cuántos nuditos desaté hoy, qué cansado que estoy, cuántos autos había en la calle y qué caro que está el queso.
Y no, los otros no saben. Los otros tienen sus propios nudos, pib@. Cuando termines de contar los tuyos te cuenta los suyos, y así se entretienen hasta la próxima. Y esos nuditos entretienen, pero no son más que supositorios, cosificaciones de lo humano, resumenes de los nudos profundos.
No se trata de nada de eso; desatar los nudos, sacarse las esposas, romper todos nuestros nervios para reponerlos a cada instante es algo de uno, con uno y para uno. Tanta narrativa bajo control empobrece el alma y esa loca de la casa vive escribiendo novelas de puro nudo y sin final. Nudo tras nudo tras nudo, auto tras auto tras auto, insulto tras insulto... humanos. Redimidos humanos que dejamos ahí esperando y nunca crecieron.
Redención frente al caos es deshumanización.
Nuestro niño espera para jugar de nuevo en el parque de los astros, hogar del caos.
Ajustar el caos, humanizarse, no tiene nada que ver con cordura o control... tiene que ver con ángulos de visión. Abrirse a la vastedad, a lo panorámico, para que la magia de ser no se estanque en nuestras palabritas hormigas, en nuestros problemitas vagos de temporal, de día nublado, de bondi lleno.
Ir mas allá de lo que conocemos como magia es siempre ir hacia ella. Nunca se llega (lamento informarlo. No hay a dónde llegar, sino hacia dónde ir y las ganas de ir).
En el caos hay fertilidad, en la crisis oportunidad y en los ojos se despliega el caudal que desata todo con su catarata de presente.
En lo otro puede haber flexibilidad, pero no porque el otro se flexibilice o porque lo induzcamos a tal cosa. La magia está en nuestras manos, en nuestros ojos, en los nudos mismos que escondemos.
El verdadero mago está siempre abandonándose, reviviéndose.
¿Te animas? ¿o preferís quejarte?
¿Te animas a destruirte?
Todos los conformistas sufren de cordura y sensatez.
Chico: No trates de doblar la cuchara. Eso es imposible. En su lugar sólo trate de darse cuenta de la verdad.
Neo: ¿Qué verdad?
Chico: Que no hay cuchara.
Neo: ¿No hay cuchara?
Chico: Entonces verá que no es la cuchara que se dobla, sino usted mismo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)